viernes, 1 de julio de 2016

El portón de Santa Fe y Vera Mujica

Estaba y no está, y es una de las huellas que más me duelen en mi recorrido habitual por la ciudad.

Cualquiera que sepa algo de Rosario sabe que la actual Terminal de Ómnibus fue en primer lugar estación de trenes, y que en el actual Patio a la Madera estaban localizados una serie de galpones y depósitos en donde, entre otras cosas, se guardaban y reparaban vagones y locomotoras. La estación fue reconvertida, y los galpones en su mayoría fueron demolidos; solo quedó el que ahora se conserva como discoteca y centro de convenciones.

Pero en la esquina opuesta, por Santa Fe y Vera Mujica, quedó un recordatorio de ese pasado: el portón de entrada a uno de estos galpones. Los pilares, el arco de hierro y el portón estaban ahí como mudos testigos de lo acontecido, de nuestro pasado y presente como ciudad portuaria y cerealera, y por lo tanto, como nodo ferroviario.

Para mí era una cosa fantástica: una puerta que no daba a ninguna parte. Seguramente estaba cerrada, pero incluso así era un lugar mítico, mágico. No hay muchas de esas puertas en Rosario (ni en otras partes del mundo, supongo). Y esta era especial por su tamaño: un enorme portón que no da a ningún lugar, que uno puede rodear porque ni siquiera tiene paredes a su alrededor. Hay arcos y marcos de puertas sin las puertas, para marcar la existencia de lugares demolidos (sin ir más lejos, la fachada de uno de los galpones del Patio a la Madera). Pero esto era diferente.

Era un hito tan habitual, tan común, que no lo vi venir.

Hace unos años, se decidió mudar el local de McDonalls que estaba junto al Patio a la Madera, por calle Caferatta, a esa esquina de Santa Fe y Vera Mujica. Se anunciaron obras: la construcción de una playa de estacionamiento, veredas, etc. Mientras pasaba el tiempo, intuí que aquello seguiría igual, que el diseño del nuevo lugar abrazaría a ese ícono de nuestro pasado, que lo incluiría o al menos, si lo dejaba de lado, lo dejaría como estaba.

Pero no fue así. Un día como cualquiera, mientras pasaba con el colectivo, ya no estaba. Nunca más lo volví a ver.

O no, miento. Para mí es una esquina fantasma. Cada vez que paso por ahí cierro los ojos, o miro hacia otra parte. Me niego a visitar esa visión comercial y corrupta (uno de los malos manejos que tuvo la pasada administración municipal, en donde varias obras se construyeron con permisos extraños, vencidos, raros, etc.) que olvida el pasado y lo corre hacia las sombras. Para mí, en esa esquina sigue estando ese portón.

Lamentablemente, como dije antes, ni atiné a sacarle foto, porque pensé que iba a seguir ahí. Fue el primero de mis Perdidos, y el que más me demostró que nunca tenía que suponer nada: una dolorosa lección de que a muchos, el pasado le importa bien poco, y que le toca al resto preservarlo y recordarlo. Es por eso que durante muchos meses, años, busqué cada tanto fotos de esa esquina como era antes. Hace poco logré ubicar esta, que publico aquí, de autor anónimo. No tengo más para mostrar.

Lo único que en su momento aminoró mi dolor es que, según me enteré más tarde, el portón en sí fue reconocido como algo valioso del patrimonio rosarino, y se colocó en la puerta de la Ciudad de los Niños, en la zona norte de la ciudad (cerca de las nuevas torres y del río). Pero ahí no luce, no se ve desde lejos, desde las veloces y anchas calles. No está donde debería, ni para lo que estaba hecho.

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